• lunes 19 de mayo del 2025
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A propósito de unos Escritos fundamentales

Comentario al libro del profesor Raúl Gustavo Ferreyra.

Por Andrés Pérez Velasco (*)
Invitado en Palabras del Derecho

La Constitución es la novela fundamental de la nación. Su contenido es atemporal y, por ello, su vigencia es indeterminada. Cuando sus letras son ignoradas por gobernantes y asociados, adquiere el carácter propio de la ficción. Si sus pasajes se ponen al servicio arbitrario del poder, suele convertirse en un relato de terror. No obstante, si sus letras se erigen en instrumento eficiente para procurar el bien común, es el poema más bellamente escrito por la sociedad.

En tanto narrativa, la Constitución necesita leyentes. ¿Acaso una obra escrita puede ser trascendental sin ellos? La respuesta es no, pero también depende, porque la trascendencia no sólo obedece a la medida, a veces burda, del número de lectores, sino al carácter y a las motivaciones que los animan a recorrer sus páginas. En otros términos: consuela y preocupa la idea de que la Norma Fundamental no haga parte de la lista de “los más vendidos” a pesar de su innegable significación ciudadana, pero en tiempos en los que las discusiones ciudadanas parecen reducirse a la estridencia del debate digital, alivia que su contenido no sea cercenado para utilizar el trozo que mejor convenga para disculpar las motivaciones de las pequeñas causas.

En este contexto, desalentador por cierto —si se examina el estado de América Latina, sus constituciones, sus democracias y las múltiples lecturas que de ello se derivan—, el Dr. Raúl Gustavo Ferreyra toma la decisión valiente de publicar Escritos sobre la forma inicial del Estado, una obra jurídica profunda, completa, precisa y terminante que, bajo el sello de Ediar, se erige en un acto de singular rebeldía frente al poder establecido que amenaza con trasladar la Carta Política al panteón de los textos deshojados.

Estos Escritos se han estado gestando durante mucho tiempo. No sólo son el resultado de la visión crítica del autor sobre la evolución institucional de Argentina, sus coyunturas políticas y sus debates inacabados, sino también del análisis de lo que ha ocurrido con la Constitución Federal en los últimos años. El profesor Ferreyra, en su calidad de jurista destacado, ejerce la ciudadanía como atributo y expresión de un profundo sentido del deber cívico. El resultado es el de un escritor que nos presenta el fruto de años de reflexiones sobre el Estado, la democracia y los riesgos que los amenazan.

En la primera parte de esta obra, el autor analiza la Constitución y su reforma, destacando los aspectos fundamentales de una formación dogmática sólida. Como corresponde a un discípulo dilecto de Germán J. Bidart Campos, presenta características originales e innovadoras que invitan al lector a reflexionar sobre el futuro de la Norma Superior, a la que metafóricamente denomina "máquina del tiempo" dado su carácter atemporal, en una época en la que la palabra escrita ha perdido peligrosamente su relevancia. En la que, para ser honestos, amenaza con ser considerada demodé.

Aunque imperfecta, la democracia concede voz a quienes en la cotidianidad carecen de ella. Les confiere el poder de elegir y decidir el camino por el que la sociedad deberá transitar, por fortuna de manera pasajera. Ese poder se funda en la Constitución, y de ese mandato de raigambre popular emanan los poderes públicos. En ese sentido, pueblo, democracia y poder político son impensables en convivencia armónica sin un orden jurídico fundado en el Texto Fundamental. Esta obra recuerda precisamente que alejarse de los cánones constitucionales sólo engendra violencia, y en ello, Latinoamérica ha sido desde siempre un campo fértil en el que florecen los ejemplos.

En la segunda parte de Escritos, Ferreyra se ocupa de la Constitución Federal de la República Argentina, su génesis, primeros pasos, enfermedades infantiles, adultez y vicisitudes incluso durante las épocas oscuras en las que parecía diluirse por cuenta de la ruptura del orden democrático. La idea de una reforma, como resultado del consenso ciudadano, se aprecia en su pertinencia en el debate público contemporáneo y como alternativa deseable a las reformas implementadas por la vía del desconocimiento del texto normativo o de la arbitraria posibilidad de poner a decir al Texto Superior aquello que jamás ha dicho, bajo el silencio cómplice de las mayorías que se forman más como el resultado del desespero que de la confianza.

Desde esta perspectiva, solucionar una dificultad de la sociedad creando una mayor es insostenible si lo que el Estado persigue es preservar la armonía social. Los remedios a los males de la comunidad se gestan en la Carta Política y de ella se irradian por medio de normas de inferior jerarquía en el ordenamiento que los materializa. Así, la Norma Fundamental no es un catálogo de aspiraciones sino la definición de las substantividades que la ciudadanía, por medio de sus representantes, ha definido para trazar su destino. Con esta perspectiva —parafraseando al autor— toda habilitación que los poderes constituidos intenten en transgresión manifiesta de la normatividad de la Constitución democrática está llamada a fracasar.

Superado el Leviatán como metáfora del poder, así como los príncipes que tanto entusiasmaron a Nicolás Maquiavelo, el Estado constitucional nos ha heredado a los presidentes que, en su condición de representantes del poder político, dependen del control que sobre ellos ejerzan parlamentos y tribunales y, quizás más aún, de una significativa dosis de autorregulación.

El ejercicio del enorme poder del Estado depende en buena medida del talante democrático de quien encarna de manera efímera el Poder Ejecutivo. Desde esta perspectiva, nada más peligroso para el debate democrático que la unanimidad; nada más complejo para la proposición de límites al ejercicio del poder que el culto por la personalidad; nada más temible para las instituciones que el pensamiento hegemónico; nada más lesivo para el orden constitucional que un Monopresidente actuando al calor de las coyunturas.

La idea del Monopresidente es una contribución del profesor Ferreyra a la reflexión sobre la evolución de la institución presidencial en Argentina y en el hemisferio que habitamos. La fórmula adoptada para ejercer el poder es similar, aunque los nombres varían según la geografía: decretos de necesidad y urgencia, de estados de excepción, legislativos, de facultades extraordinarias. La creatividad es vasta en este campo, pero el poder y su propósito permanecen constantes. Este tipo de mecanismos permite evitar la discusión política inherente a la función parlamentaria y a la necesidad de promover consensos democráticos, facilitando que el ejercicio del poder satisfaga las necesidades de quien lo detenta.

El Monopresidente, armado de estos formidables instrumentos, manda, aunque lo haga mal. Dice la Literatura que todos los que siguieron al flautista en Hamelin, humanos o roedores, terminaron avanzando hacia su propia tragedia. Esta idea es muy relevante en la obra de Raúl Gustavo Ferreyra, no sólo por la denuncia que entraña sino por el futuro que advierte. Su postura crítica y a la vez reflexiva hace de Escritos sobre la forma inicial del Estado una obra indispensable y urgente, que es necesario leer para meditar acerca de la sociedad que queremos ser y del Estado que queremos tener y, con certeza, nos ayudará a estar más dispuestos a escuchar otras melodías, así siempre desconfiemos del flautista que vendrá después.


(*) Doctor en Derecho Constitucional de la Universidad de Buenos Aires

Publicación: Escritos sobre la forma inicial del Estado
Año: 2025
Págs.: 214
Editó: EDIAR

 

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